Hoy fui al Foxys Bar de la Zona Rosa.
Caminaba por la calle de Amberes con ganas de nada, sin oficio ni beneficio y con una pena muy grande, de esas que sólo puedes hablar en confianza con desconocidos. «Éntrale reina» me dijo el de Seguridad de la puerta. No pasaban las diez de la noche.
-Yo nada más quería conocer- fue la frase ganadora que disculpó mi osadía con uno de los dos Capitanes del lugar, el que me recibió y me dio sitio en una de las mesas del antro casi vacio.
-¿Qué te voy a traer?- decía mientras me lampareaba la carta.
Abrí los ojos cual platos «No, pues no, es que yo nomás traigo cincuenta pesos» balbuceé frente a una lista de costos exorbitados:
Chela 100 pesos,
Brandy 200,
Refresco de a 80 … «Esteemmm sólo tráeme agua, porfa». Sonrió.
-Mira amiga, no te preocupes, la primera te la doy de cortesía- dijo hacia la nada, mientras se levantaba del asiento para dirigirse a la barra.
La música no difería mucho de cualquier otro antro de perdición y muerte zonarosence: mezcla electrónica de esas que a la media hora te incitan a golpearte la cabeza contra las paredes. La diferencia es que, al ritmo de ese punchis-punchis acosador bailaba una viejota semidesnuda sobre una especie de plataforma con un tubo en cada extremo, una trigueña de cabello corto y vestido repolludo que se paseaba de un lado a otro de la pista dejando en cada vuelta una prenda de ropa, para – al final- quedarse solamente en un par de estas: FOTO AQUÍ .
El ambiente se sentía pesado. Sólo tres de cien mesas ocupadas, meseros desesperados por servir, teiboleras listas para sentarse en las piernas de cualquier wey con varo, Capitantes listos para madrear borrachos, en fin … Era mucho domingo y había muy poca gente.
A los tres minutos, dos nenas de poca ropa se sentaron muy cerca de mi mesa, «éste es el momento» pensé mientras me acercaba a ellas.
-¿Ustedes trabajan aquí? – Sonreí mientras me sentaba a su lado.
– Yo sí, flaca, ella no ¿Quieres trabajar aquí?- Y se me iluminó la cara.
-Si pero no bailando, nunca podría quitarme la ropa con tanto gusto, tengo estrías- contesté con cara solemne. Rieron.
-Mira, si quieres le hablamos a uno de los Capitanes y le dices- Sin dejarme pronunciar una sola palabra más, se voltearon a gritarle a un gordito que no pasaba de los treinta años y los ochenta kilos -Con él, mira- decía una mientras seguía a la otra hacia el baño.
El gordito se sentó a mi lado. Silencio.
– Quiero trabajar, pero no de teibolera ¿De qué más tienes trabajo? – Dije viéndolo directo a los ojos para no distraerme con la música a todo volúmen y la cadencia de la dominicana buenísima a quien le tocaban sus tres canciones de fama.
-Pues puedes trabajar de Hostess, el chiste es meter al lugar tres clientes por noche, tu turno es de ocho horas; si metes a cuatro se te pagan cien pesos más de los trescientos cincuenta que se te dan por los viajes-. Fingí que contaba.
– Y ella por ejemplo ¿qué hace? – Dije señalando a una chava que fácil tenía mi edad. Resaltaba en el antro porque, a diferencia de las otras ocho mujeres que ya llevaba contadas en el Foxys (dos de las cuales reían falsamente sobre las piernas de un fulano muy parecido al Chómpiras), ella estaba vestida de traje sastre negro y camisa blanca.
– Aaaahhh, ella es boletera, se llama Blanca – dijo el gordito mientras la señalaba … «DiezTreceDiezTrece, voy», simuló que hablaba por su radio apagado, se levantó y se fue.
Mientras, en la pista teiboleril, Elixir nos deleitaba con un bonito baile al ritmo de My Heart Will Go On pero sin el extrapunch de la cara diarréica del Di Caprio.
Cada que una teibolera bajaba del escenario, se daba una vuelta entre las mesas para ofrecer el servicio Viaje a las Estrellas durante una canción y termine jalándosela en el baño … mejor conocido como Privado. La chamba andaba floja y todas terminaron sentadas en la mesa del rincón más próximo a la barra, unas con otras charlando amenamente y juntando sus trikes para largarse.
A decir verdad, esa era la mesa más animada. Cada vez que se anunciaba una teibolera nueva, las otras siete, cual porra del América gritaban y vitoreaban la hazaña de trepar con diez centímetros de tacón y cinco copas encima los ocho escalones del estrado. Ya para ese momento, todos éramos hijos de Dios ahogados por el mismo humo apestoso de antro.
Mientras tanto, Blanca – la boletera- me contaba sobre su romance con el Capitan. De cuando en cuando le tomaba a su copa de Torres 5 y me decía lo fácil que era ser teibolera: «No te creas, no es tan difícil y no están tan bien hechas, deberías verlas con luz en el baño». Risas.
Me la estaba pasando bien y había dejado mis penas nadando en las copas de cortesía 2 y 4 que el novio de Blanca me había servido a manera de agradecimiento por estar platicando con su nena, dejándolo a él cotorrear a gusto con la hostess en turno.
La música parecía no acabarse, aunque la canción que estaba ya la habían puesto dos veces. Ya nadie bailaba y las ocho teiboleras reunidas en una mesa convitaban y reían como grandes amigas. En el antro quedaban dos clientes, uno de ellos dormido sobre la pista de baile, agarrando con una mano el tubo y con la otra una botella Corona.
Fue entonces cuando una duda asaltó mi mente. La única, la más importante que jamás me haya trastocado el seso:
– ¿De qué hablan las teiboleras, Blanca?- susurré a la indiscreta proveedora de cortesías.
– No sé, de si está frío el tubo tal vez- Dijo viendo de reojo a la zorrihostess que acompañaba a su Capitanazo. Fingí que pensaba.
Con ganas de no quedarme con ganas me levanté de la silla. Las cortesías 3 y 5 me hicieron el mandado. Crucé el lugar vació, me paré detrás de la mesa del rincón teiboleril y traté de escuchar: «…y entonces me dejó salir» balbuceó una lady de faldita fluorescente, mientras las otras reían. Justo en ese momento, el borracho dormido sobre la pista tomó su segundo aire, se levantó y fue a estrellar su inmensa barriga en la puerta de cristal templado. El lugar entero río mientras dos lo arrastraban hacia afuera.
Como quien no quiere la cosa, caminé hacia el baño. Una señora teibolera charlaba con una señorita teibolera:
-Hoy no hubo casi gente, chaparra, pero por lo menos no me voy con las manos vacías- lloriqueaba quitándose el corset melocotón con encaje.
– Pues si mana, por lo menos- decía la otra con las pestañas en la mano.
Salí.
El lugar ya estaba por cerrar, no sé cómo ni cuándo se me habían hecho las dos de la mañana ahí.
-Ya me voy, Blanca. Muchas gracias por las cortesías- dije al dar la última mirada al lugar.
Fue entonces cuando descubrí aquello que ningún mortal haya podido; eso que los hombres se platican unos a otros en las pijamadas como cuento de cuna antes de dormir y las mujeres fingimos suponer cuando alguien nos dice que a laprimadeunamiga le va bien como stripper; algo que yo jamás creería si no lo hubiera visto con mis propios ojos:
Las teiboleras no platican de nada; solamente se besan entre ellas con un dejo de pasión en los labios, vistiéndose unas a otras para salir del antro.