La vida es un estado mental.

Así cuando necesites reconocimiento, verás followers.

Cuando fallaste en tus decisiones, fueron los otros quienes te pusieron en jaque.

Cuando no pudiste perdonar, huyes.

Cuando eres incapaz de amar, te ilusionas con lo más lejano que encuentras.

Cuando lo real no te satisface, te alimenta lo virtual y la fantasía…o cuidar gatos ajenos.

Y cuando te han roto el corazón, en vez de unirlo y guardarlo, vas por la vida repartiéndolo en mil pedazos.

La vida es un estado mental, les digo

EMEEQUIS

Publicado: 2 agosto 2010 en Acá

Que se quede el infinito sin estrellas

Hoy fui al Foxys Bar de la Zona Rosa.

Caminaba por la calle de Amberes con ganas de nada, sin oficio ni beneficio y con una pena muy grande, de esas que sólo puedes hablar en confianza con desconocidos.  «Éntrale reina» me dijo el de Seguridad de la puerta. No pasaban las diez de la noche.

-Yo nada más quería conocer- fue la frase ganadora que disculpó mi osadía con uno de los dos Capitanes del lugar, el que me recibió y me dio sitio en una de las mesas del antro casi vacio.

-¿Qué te voy a traer?- decía mientras me lampareaba la carta.

Abrí los ojos cual platos «No, pues no, es que yo nomás traigo cincuenta pesos» balbuceé frente a una lista de costos exorbitados:

Chela 100 pesos,

Brandy 200, 

Refresco de a 80 … «Esteemmm sólo tráeme agua, porfa». Sonrió.

-Mira amiga, no te preocupes, la primera  te la doy de cortesía- dijo hacia la nada, mientras se levantaba del asiento para dirigirse a la barra.

La música no difería mucho de cualquier otro antro de perdición y muerte zonarosence: mezcla electrónica de esas que a la media hora te incitan a golpearte la cabeza contra las paredes. La diferencia es que, al ritmo de ese punchis-punchis acosador  bailaba una viejota semidesnuda sobre una especie de plataforma con un tubo en cada extremo, una trigueña de cabello corto y vestido repolludo que se paseaba de un lado a otro de la pista dejando en cada vuelta una prenda de ropa,  para – al final-  quedarse solamente en un par de estas: FOTO AQUÍ .

El ambiente se sentía pesado. Sólo tres de cien mesas ocupadas, meseros desesperados por servir, teiboleras listas para sentarse en las piernas de cualquier wey con varo, Capitantes listos para madrear borrachos, en fin … Era mucho domingo y había muy poca gente.

A los tres minutos, dos nenas de poca ropa se sentaron muy cerca de mi mesa, «éste es el momento» pensé mientras me acercaba a ellas.

-¿Ustedes trabajan aquí? – Sonreí mientras me sentaba a su lado.

– Yo sí, flaca, ella no ¿Quieres trabajar aquí?- Y se me iluminó la cara.

-Si pero no bailando, nunca podría quitarme la ropa con tanto gusto, tengo estrías- contesté con cara solemne. Rieron.

-Mira, si quieres le hablamos a uno de los Capitanes y le dices-  Sin dejarme pronunciar una sola palabra más, se voltearon a gritarle a un gordito que no pasaba de los treinta años y los ochenta kilos -Con él, mira- decía una mientras seguía a la otra hacia el baño.

El gordito se sentó a mi lado. Silencio.

– Quiero trabajar, pero no de teibolera ¿De qué más tienes trabajo? – Dije viéndolo directo a los ojos para no distraerme con la música a todo volúmen y la cadencia de la dominicana buenísima a quien le tocaban sus tres canciones de fama.

-Pues puedes trabajar de Hostess, el chiste es meter al lugar  tres clientes por noche, tu turno es de ocho horas; si metes a cuatro  se te pagan cien pesos más de los trescientos cincuenta que se te dan por los viajes-.  Fingí que contaba.

– Y ella por ejemplo ¿qué hace? – Dije señalando a una chava que fácil tenía mi edad. Resaltaba en el antro porque, a diferencia de las otras ocho mujeres que ya llevaba contadas en el Foxys (dos de las cuales reían falsamente sobre las piernas de un fulano muy parecido al Chómpiras),  ella estaba vestida de traje sastre negro y camisa blanca.

– Aaaahhh, ella es boletera, se llama  Blanca – dijo el gordito mientras la señalaba  … «DiezTreceDiezTrece, voy», simuló que hablaba por su radio apagado, se levantó y se fue.

Mientras, en la pista teiboleril,  Elixir nos deleitaba con un bonito baile al ritmo de My Heart Will Go On pero sin el extrapunch de la cara diarréica del Di Caprio.

Cada que una teibolera bajaba del escenario, se daba una vuelta entre las mesas para ofrecer el servicio Viaje a las Estrellas durante una canción y termine jalándosela en el baño …  mejor conocido como Privado. La chamba andaba floja y todas terminaron sentadas  en la mesa del rincón más próximo a la barra, unas con otras charlando amenamente y juntando sus trikes para largarse.

 A decir verdad, esa era la mesa más animada. Cada vez que se anunciaba una teibolera nueva, las otras siete, cual porra del América gritaban y vitoreaban la hazaña de trepar con diez centímetros de tacón y cinco copas encima los ocho escalones del estrado.  Ya para ese momento, todos éramos hijos de Dios ahogados por el mismo humo apestoso de antro.

Mientras tanto, Blanca – la boletera-  me contaba sobre su romance  con el Capitan. De cuando en cuando le tomaba a su copa  de Torres 5  y me decía lo fácil que era ser teibolera: «No te creas, no es tan difícil y no están tan bien hechas, deberías verlas con luz en el baño». Risas.

Me la estaba pasando bien y había dejado mis penas nadando en las copas de cortesía 2 y 4 que el novio de Blanca me había servido a manera de agradecimiento por estar platicando con su nena, dejándolo a él cotorrear a gusto con la hostess en turno.

La música parecía no acabarse, aunque la canción que estaba ya la habían puesto dos veces. Ya nadie bailaba y las ocho teiboleras reunidas en una mesa convitaban y reían como grandes amigas. En el antro quedaban dos clientes, uno de ellos dormido sobre la pista de baile, agarrando con una mano el tubo y con la otra una botella Corona.

Fue entonces cuando una duda asaltó mi mente. La única, la más importante que jamás me haya trastocado el seso:

– ¿De qué hablan las teiboleras, Blanca?- susurré a la indiscreta proveedora de cortesías.

– No sé, de si está frío el tubo tal vez-  Dijo viendo de reojo a la zorrihostess que acompañaba a su Capitanazo. Fingí que pensaba.

Con ganas de no quedarme con ganas me levanté de la silla. Las cortesías 3 y 5 me hicieron el mandado. Crucé el lugar vació, me paré detrás de la mesa del rincón teiboleril y traté de escuchar: «…y entonces me dejó salir»  balbuceó una lady de faldita fluorescente, mientras las otras reían. Justo en ese momento, el borracho dormido sobre la pista tomó su segundo aire, se levantó y fue a estrellar su inmensa barriga en la puerta de cristal templado. El lugar entero río mientras dos lo arrastraban hacia afuera. 

Como quien no quiere la cosa, caminé hacia el baño. Una señora teibolera charlaba con una señorita teibolera:

-Hoy no hubo casi gente, chaparra, pero por lo menos no me voy con las manos vacías- lloriqueaba quitándose el corset melocotón con encaje.

– Pues si mana, por lo menos-  decía la otra con las pestañas en la mano.

Salí.

El lugar ya estaba por cerrar, no sé cómo ni cuándo se me habían hecho las dos de la mañana ahí.

-Ya me voy, Blanca.  Muchas gracias por las cortesías- dije al dar la última mirada al lugar.

Fue entonces cuando descubrí aquello que ningún mortal haya podido;  eso que los hombres se platican  unos a otros en las pijamadas como cuento de cuna antes de dormir y las mujeres fingimos suponer cuando alguien nos dice que a laprimadeunamiga le va bien como stripper; algo que yo jamás creería si no lo hubiera visto con mis propios ojos:

Las teiboleras no platican de nada; solamente se besan entre ellas con un dejo de pasión en los labios, vistiéndose unas a otras para salir del antro.

«¡¡¡Maldita sea,Victor Miguel!!!».  Tomé mi dignidad y azoté la puerta.

Todo ha terminado .

Y se hizo de noche, y como siempre salgo a llorarle a la Luna. Poco me basta para recapitular todo lo que siento: Desdén, tristeza, soledad.

Y en la caminata, recuerdo paso a paso cómo es que llegué ahí, cómo es que amé tanto.

<< Apenas tenía quince años cuando lo conocí, seguramente jamás olvidaré la forma en que se presentó “Yo soy Víctor y tengo 17 años”.  Fue como si dos círculos cóncavos de la nada se convirtieran en algo misterioso, sus ojos me invitaban a poseerle.

Al otro día de conocerlo se organizó una kermés. Luego de un día eterno buscándolo a tientas, apareció de la nada,  me tomó de la mano y dijo – «¡Ven , vamos a casarnos!” –  sonreí como nunca lo había hecho. Así empezó todo: Yo vivía para amarlo y él vivía para no saberlo.

Y coleccioné su vida en momentos, todo aquello tocado por sus manos era cuidadosamente guardado en una caja que se convirtió en mi nuevo tesoro: Cenizas de  cigarro, un dulce regalado, envolturas de paleta que comía, el vaso que uso la primera vez que fue a mi casa, poemas escritos en servilletas, cartas sin entregar  y un sin fin de valiosa basura. No sé si lo sabía o si tan siquiera lo imaginaba, pero al final, a mi poco me importaba  eso.  Él era lo más lejano y platónico que  tenía en las manos.

Pasaron los meses y nuestras salidas se hicieron cada vez más frecuentes, obvio acompañados de por lo menos dos  amigos más, que hacían difícil la tarea de verlo a hurtadillas, sin que alguien jodiera con el ya conocido partehuevos «IIUUU… ¡Ya te viiiiiiii!».

Pronto tuve que dar explicaciones; entre balbuceos y sollozos articulé en palabras todo lo que sentía y lo resumí: Magia. Jamás me había enamorado así, nunca había deseado tanto ser dueña y señora de alguien; pero la realidad se encarnizaba: Nada indicaba que fuera recíproco. Nunca sería mío, pero la distancia que separa del objeto de pasión, a veces alimenta la esperanza remota de poseerlo.

Un buen día, después de tres años de amarlo sin respuesta, se le ocurrió preguntarme si alguna vez me había enamorado: «Sí , pero seguramente jamás me hará caso».   Me sorprendió cuando dijo  – ¡Qué inmadura , seguramente estas enamorada de un niño bonito, creído además, que no piensa nada más que para verse al espejo! –

Lejos de darme risa por la ironía de la vida,  sentí  un vació grande: La decisión estaba tomada, esto tenía que terminar sin ni siquiera haber comenzado.  Cerré mi caja no sin antes escribir la última frase: “Y sin embargo, se mueve….” y casi casi escuché cómo Galileo se retorcía en su tumba al enterarse  de que su  famosa frase, con la que  se fanfarroneó al escaldio público, para mi sólo significaba una cosa: Que aún lo amaba. >>

Regreso  a mi casa, alcanzo a ver a alguien en la puerta. No me engaño, es él: Amar es resumirlo todo con una mirada. No hace falta un perdóname, entre nosotros ya todo está dicho.

Enero, 1998.

Si hay Dios, sabe el peligro de que el hombre piense, por eso inventó la tele.
Si hay Dios, sabe lo difícil que es articular sentimientos, por eso compuso la música.
Si hay Dios, sabe lo que es la soledad y  le dio send to the world al internet.
Si hay Dios, supo lo que es el desamor y amasó el chocolate.
Si hay Dios, sabe lo que es la belleza y la opacó con la envidia.
Si hay Dios, sabe lo que es la insatisfacción, por eso instruyó a sus bástagos en el arte de la masturbación ( y es socio mayoritario del Viagra).
Si hay Dios, sabe lo penoso que es preguntar pendejadas, por eso inventó YAHOO RESPUESTAS.
Si hay Dios, temió del huracán envuelto en fémina; fue entonces que decidió alimentar con manzana a la mujer.

(SUENA EL TELÉFONO)

– ¡Bueno!

– ¡Qué onda! ¡¡Oye, no mames!! Nos tenemos que ver hoy en la tarde porque me hice la prueba, estoy embarazada y es tuyo.

– (SILENCIO) ¡¡Pero… pero… si a mi no se me para!!

– ¿Quién hab….. ¿¿¿ JAVIER ???

–  Si.

– ¡Ah! Hola, Javier ¿Qué onda? Si nos vemos hoy en la noche ¿no? Te espero en mi casa a las ocho. Te amo, cosita.  Byeeeeeeeeeee.

(SONIDO DE TELÉFONO COLGADO)

Hoy le cedí el paso a un anciano, cargué las bolsas del mandado a una doña y salvé a un perro de las inclemencias de un pesero. Extrañamente, no me siento mejor conmigo mismo.

Creo que no me he podido recuperar desde que esa mujer entró en mi mente. No he podido comer, ni fajar a gusto. La llevo como una maldición japonesa a todas partes.

Lo último que recuerdo de ella, es la perfecta horma de mis manos sobre su cintura, su aliento alcohólico, sus ganas de aferrarse  a mi cuello. Son sus manos lo que más duele cuando la pienso lejana, impávida y ajena a lo nuestro. Es como si sus labios me hubieran quemado el alma, dejando una marca fría sobre mi piel caliente todo esto mientras se revolcaba en el piso con mi mundo.

«Que lo que yo compre, sea lo que me venda» es mi lema siempre para escoger. Aquí el problema es que ella no vendió nada y yo muero por regatearla. Aunque pese, aunque enloquezca. Es un amor cuarteado, que se desliza en pedacitos tristes por la bañera cuando la pienso.

Que soy muy hombre, es cierto; que los hombres no lloramos por viejas, también muy cierto… mucho menos lo hacemos las mujeres.

Al fin y al cabo todos tenemos un dejo homosexual y el dobleteo corriendo por las venas ¿no? … bueno, eso dice Freudy y por salud mental, le creo.

 

 

Tú y yo es una buena idea, un buen invento, sería divertido de menos….

Regresa.

Alone

Publicado: 20 febrero 2010 en La parte de adelante

From childhood’s hour I have not been
As others were; I have not seen
As others saw; I could not bring
My passions from a common spring.
From the same source I have not taken
My sorrow; I could not awaken
My heart to joy at the same tone;
And all I loved, I loved alone.
Then- in my childhood, in the dawn
Of a most stormy life- was drawn
From every depth of good and ill
The mystery which binds me still:
From the torrent, or the fountain,
From the red cliff of the mountain,
From the sun that round me rolled
In its autumn tint of gold,
From the lightning in the sky
As it passed me flying by,
From the thunder and the storm,
And the cloud that took the form
(When the rest of Heaven was blue)
Of a demon in my view.

Edgar Allan Poe