Marina

Publicado: 11 julio 2012 en Sin categoría
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Miércoles 11 de julio, 2012.

6:45 am

La última noche que te acompañé, el cielo tenía una luna hermosa. A pesar de que por horas no me separé de tu lado, aún no puedo creer lo rápido que se nos evapora la vida. Te fuiste de este mundo un día muy temprano. Dios es dueño y Señor de las coincidencias y no es casualidad de que todos los días durante más de 80 años te despertaras cada mañana a la misma hora en la que hoy marchaste. Fue una noche larga, no te quiero mentir. Ver la dificultad progresiva de tu respiración, la frialdad de tus pies y tu inquietud constante me hicieron sentir que en cualquier momento desistiría. Pero tu fuerza y tu ejemplo se mantuvieron en mi siempre vivos. Alrededor de las cinco de la mañana, tomando tu mano me recosté en la silla durante dos segundos, pero el tercero ya estaba escrito.Te ibas dejando atrás una vida plena con ocho hijos, nueve nietos y la satisfacción de haberte entregado en cuerpo y alma a todos ellos. Es una mujer fuerte y valiente dicen de ti todos los que en vida te miraron. Yo lo sabia de cierto. Recuerdo por ejemplo esa vez cuando me gritaste «No señorita, usted espera a su mamá aquí sentadita» y cerrabas la puerta, mientras yo le prendía fuego a la rebeldía que siempre tanto te sorprendía.
Del momento en que partiste no quisiera hablar tanto. Es una historia aburrida en donde solo resaltan cuartos tibios y compresas frías.
Susie, la enfermera, al principio te hablaba con más soltura que yo misma. Como si fuera de la familia y te hubiera conocido desde siempre. Me dijo, háblale, no le llores. Ella te oye todavía y no debería escuchar llanto. Por vez primera a un desconocido le tomé la palabra y te conté todo. Al principio no fue sencillo porque, qué te podía contar yo que fuera mas importante que el dolor infinito de perderte? Nada, así que decidí leerte. Sé que a diario te costaba trabajo pero que no podías dormir sin saber antes sobre la misericordia de Cristo y allegados.
No voy a comentar a detalle la ironía al ver que la última página que leíste en vida, la que tenías marcada con una imagen del Cristo del Río, habla sobre la conmiseración que Sor Faustina le tenía a los moribundos y enfermos. Lejos de darme miedo, sonreí. Pareciera ser que cada paso que das lejos de mi, me acerca más a tu espíritu, y es cierto.
Te quiero decir que la misión de hoy fue la de llenar con flores tu despedida. Y verdad de Dios que no tuvo nada de fácil. Cada ramo, cada arreglo, cada rosa me susurraban «en vida Tanya, las hubieras dado en vida», no te preocupes, lo sobrellevé bien porque con mi mente y mi alma yo me quedo tranquila. Te di cuanto pude y en su momento, abuela. Aunque eso no quita que te voy a extrañar.
Sabes? Hasta antes de hoy, yo pensaba que en los velorios no era natural vestir de gala y etiqueta cuando por dentro el dolor te desgarra. Lo normal debería ser salir en harapos e ir así a sufrir la perdida de un amado. Hoy, el dia de tu muerte, pienso distinto. Para acompañarte vestiré mis mejores ropas, me presentaré con mi mejor perfume y llenaré de flores el cuarto. Entiendo ahora que ésta no debe parecer una lamentable despedida sino la celebración de tu vida.
Aquí nos dejas, y con Peña Nieto, pero al menos a mi no me has abandonado. Me acompañas y me abrazarás por siempre porque soy un vestigio de tu fortaleza. Soy la semilla de tu amor. Del buen arroz que me preparaste, de los vestidos que me cosiste y las calcetas que me resarcías. De tus oraciones y bendiciones, de tu risa, de tus ojos, de tu luz.
Aquí, Marinita, nos quedamos todos a los que amaste. Aquí, abuela, dejas a todos los que en vida te seguiremos queriendo.
Descansa en paz.

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